LA GRACIA DE DIOS Y LA VISIÓN ESPIRITUAL

El siguiente material pertenece al capítulo 1 del libro “Mirar con los ojos de nuestro hombre espiritual”.

Introducción:

El diccionario define la palabra gracia como: “Don o favor que se hace sin merecimiento particular; concesión gratuita”.[1] Utilizamos esta palabra muchas veces para expresar la cualidad por la cual llega a nosotros la salvación y todas las cosas, por medio de Jesucristo. Decir “por su gracia” significa decir que aquello fue recibido como un regalo inmerecido. Significa decir que nada hemos hecho para merecer lo que nos es dado. Significa reconocer que Dios nos amó sin haber recibido nada de nosotros y que ese amor se expresa para nosotros en salvación y en muchas otras cosas.

También identificamos con este nombre al pacto que se abrió a partir de la muerte y resurrección de Jesucristo. Lejos de ser una definición acabada, para este capítulo nos es útil describir esta palabra y sus usos dentro de la Iglesia. Cuando al pacto nos referimos, usamos la palabra gracia para diferenciarla de la Ley como pacto.

De a poco voy entendiendo que la gracia no es un tema para hablar. Sencillamente, no bastarían los libros para agotar la gracia. La gracia de Dios es su propia naturaleza, y es por eso que no podemos llamarlo “el tema de la gracia”. La gracia de Dios es Cristo mismo expresado. El apóstol Pablo la presenta como el máximo porqué de la creación del hombre y de la salvación al decir en Efesios “para alabanza de la gloria de su gracia…”.[2] Siempre me gusta ver este pasaje como la definición de esta gracia como el último “porqué”. ¿Ha visto a los niños cómo preguntan una y otra vez “por qué”? Si hacemos a Dios esta pregunta una y otra vez, la última respuesta será “para alabanza de mi gracia”.

Es por eso que no voy a hablarle sobre la gracia. Permítame hablarle de un extraordinario y también inevitable efecto de la revelación de esta gracia. Con eso también estoy diciendo que sólo hay una manera de arribar a lo que hablaremos en este capítulo: “que una mayor revelación de la gracia de Dios se exprese cada día en su vida”.

UN BUEN COMIENZO

Cuando la gracia de Dios se revela a su vida, una nueva manera de ver todas las cosas comienza a suceder en usted. Y no al azar se nos presenta primero la gracia como una manera de ver la vida. Si hablaremos de siete formas de ver en la vida del espíritu, debemos comenzar con aquello que produce la revelación de la gracia de Dios sobre nosotros.

Para entender esto vamos a transitar un camino, y ese camino comienza con esta expresión: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe;  y esto no de vosotros,  pues es don de Dios”.[3]

Prestemos atención a lo que está diciendo: que no sólo la salvación es resultado de una expresión del amor inmerecido de Dios hacia el hombre, sino que aún la fe inicial e instantánea que le fue necesaria en el momento de recibir a Dios en su vida, fue también don de Dios. De manera que ni siquiera podemos jactarnos de haber creído, porque aún la fe es un regalo que Dios le hizo para que la vida comience a suceder en usted.

Creo que es un gran comienzo porque tenemos la tendencia a creer que algo (aunque sea pequeño) hemos hecho para ser salvos. Podríamos decir: “soy salvo porque un día creí en Jesucristo”. Eso está bien hasta cierto punto. Pero debemos entender que aún el haber creído fue un regalo deliberado que Dios nos entregó. Así de potente es esta gracia.

Ese comienzo de gracia no se termina en una “solución a sus pecados”, como muchas veces es tomado, sino que se transforma en una realidad del Espíritu en la que habita. Cuando la gracia de Dios se limita a explicar que Dios perdona nuestros pecados, entonces nuestra realidad espiritual es muy pobre y limitada. Pero su gracia, para nuestro espíritu es un ámbito tan amplio que lo abarca y lo absorbe todo. Esa gracia le lleva a esto, según el apóstol Pablo: “…según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia…”.[4] Muchas veces he oído hablar sobre la gracia como la razón por la cual Dios perdona nuestros pecados y errores. Esa manera incorrecta de concebir su gracia, nos ha quitado expresiones de esa gracia: inteligencia y sabiduría divina. El peligro de dejar la gracia en ese lugar tan pequeño lo vamos a ir descubriendo de a poco, comenzando con este pasaje:

1 Corintios 1:27-29: “lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.”

Cuando esa gracia se logra expresar en sabiduría de Dios en nosotros, recién allí podremos decir que los sabios de la tierra se avergonzarán delante de los hijos de Dios. Sin embargo, no es común darle el derecho de autoría a Dios por las ideas y por los grandes pensamientos que arriban a nuestra mente. Quizá sea por eso que expresamos sabiduría, pero todavía no hemos logrado llegar al punto de avergonzar a los sabios del mundo.

En mis años de universidad pude poner en práctica esto. Cada materia que estudiaba le pedía a Dios que me mostrara qué pensaba él sobre el asunto. Al comienzo funcionó como un mecanismo de defensa, intentando repeler el magnetismo que provoca el conocimiento humano. Ese magnetismo que lleva a concebir todas las cosas a través de ese conocimiento racional. Pero luego comenzó a ser un descubrimiento inesperado. Créame, para todas las cosas que los hombres piensan, hay sabiduría de Dios disponible, y es sabiduría que deja en vergüenza a todo lo que el hombre pueda descubrir. Es necesario que al mandar a nuestros hijos a estudiar, les hagamos entender este poderoso principio. Porque de lo contrario, nos llenamos de tanta información desde una perspectiva humana, que eso termina delimitando nuestra manera de pensar. El riesgo es claro: una ceguera espiritual.

Pero además, entender esto tiene otra aplicación importantísima. Tiene que ver con el cuidado que debe tenerse al llevar conocimientos “naturales”, presentándolos como verdades espirituales. El parámetro que marca la diferencia es que la expresión de la sabiduría de Dios siempre deberá dejar en vergüenza la sabiduría de los hombres.

Ese pasaje ha sido usado por mucho tiempo para animar a la juventud a no estudiar. Bajo los efectos de semejante error generacional, la siguiente generación se enfocó tanto en enviar a sus hijos a estudiar, que no vimos venir las consecuencias. Me ha tocado ver a muchos jóvenes que encontraron en el estudio un gran enemigo para su vida espiritual.

Pero en esto no hay balance ni equilibrio. Cuando permitimos que la gracia de Dios se exprese en nosotros, podemos estudiar todo lo que nos venga a la mano, y todo será una oportunidad extraordinaria de que Dios exprese en nosotros su sabiduría. Sobre este asunto volveremos en el último capítulo.

QUITANDO LA CEGUERA

La mayor ceguera que el sistema del mundo ha producido por generaciones es concebir la vida, en todos sus aspectos, por el mérito. Piense en esto: desde que usted nació ha sido instruido para concebir la vida por los méritos. Como reza el conocido tango: “el que no llora no mama”. Aprendimos a llorar para que nos dieran la leche.

En nuestro transitar por la vida oímos cosas como estas: “si quieres ser alguien en la vida, debes estudiar”. O algunas frases menos evidentes pero peligrosamente incompletas de la vida en congregación: “todo lo que se siembra en la vida se cosecha”.

Déjeme mostrarle este punto más de cerca. Podría leerle 2 Corintios 9:6 y decirle: “si siembra generosamente va a segar generosamente, pero si siembra escasamente va a segar escasamente”. Seguramente ha oído ese pasaje muchas veces. Puedo usar eso para enseñarle que dé con generosidad si lo que desea es cosechar con abundancia. Pero ese pasaje tiene otra realidad espiritual que pocas veces es resaltada. Si usted es diligente y sigue leyendo el pasaje, Pablo dice en los siguientes versículos (vv. 7 y 8):

  • No dé por necesidad. O sea, no dé mirando lo que quiere cosechar. Es el peligro que corremos al usar estos pasajes sin revelación.
  • Dé como propuso en su corazón.
  • No dé con tristeza, sino con un corazón alegre.
  • Dios es poderoso para hacer que abunde en su vida TODA GRACIA. Eso significa que más allá de lo que siembre, ¡el poder de Dios se va a expresar en la cosecha de cosas que no sembró!

El mensaje principal no es: “siembre de acuerdo a lo que quiere cosechar”, sino “siembre por causa de lo que Dios ya ha hecho en su vida por gracia”. Si usted ha leído muchas veces el versículo 6 y pocas el 8, entonces usted ha probado un poco de esta ceguera como yo. Esto es sólo un pequeño ejemplo de tantas cosas aparentemente inocentes que tanto afectan nuestra vida de propósito.

UN ASUNTO GENERACIONAL

Todo esto produce una ceguera generacional al momento de entender los caminos del propósito eterno de Dios. Esta ceguera la provocamos entre aquellos que han alcanzado la salvación, cuando habiendo sido salvos por gracia, desechamos esa gracia y buscamos las fuerzas y los méritos. Desarrollamos una concepción por méritos y por fuerzas humanas de las cosas que Dios determinó expresar por gracia. Le dejo a usted el trabajo de ampliar este punto con su propia experiencia.

Esta gracia se va revelando en su vida cuando comienza a abrirse esta manera de ver los caminos de Dios para usted. ¿Cómo vendrán todas las cosas que Dios determinó para su vida? Por su gracia. Nunca negocie eso. Porque si hay algo que nos frena en nuestra vida es creer que hemos hecho algo para alcanzar lo que Dios nos asignó. Y aunque esa frase pueda sonar bastante obvia a su oído, un autoexamen exhaustivo de nuestro corazón y pensamientos, nos dejará ver cuánto y cuán seguido nos olvidamos de esto. Es por eso que este nivel de entendimiento no se alcanza con conocimiento y aprendizaje, sino con una apertura de vista espiritual.

Cuando oye un testimonio que comienza con la expresión de lo que esa persona hizo y luego lo que Dios hizo, ¡cuidado! ¡corre riesgo de ceguera! Por ejemplo, he oído cosas tales como: “hermano, yo hice esta oración y mire lo que sucedió…” Es sutil, pero claro: “si oras así, Dios hará esto en tu vida”. ¿Puede notar el orden de méritos? ¡Yo lo creí! Y también por la gracia de Dios mis ojos fueron abiertos para entender que ni aún está en nosotros el pedir como conviene. Si alguien para explicar lo que Dios hizo o hace en él, le explica cuántos días de ayuno hizo, tan sólo tenga cuidado en cómo oye. Porque las palabras que oímos tienen el poder de provocar ceguera o abrir nuestra vista.

Una manera extraordinaria de contar su testimonio: ¡Dios hizo esto, y lo hizo por su gracia! Créame que ese testimonio provoca una mayor apertura de visión a su favor. Nunca olvide “el porqué” del apóstol Pablo: PARA ALABANZA DE LA GLORIA DE SU GRACIA. Cuando reconoce que aún el querer de su corazón lo produce el Padre por su gracia, su visión se abre más y más. La más pequeña idea que termina expresando poder de Dios, es un regalo de Dios. Nunca deje que ese manantial se seque por causa de no entender el corazón de aquel que le llamó para ser la expresión de su gracia.

CÓMO SE VE A USTED MISMO

Cuando esta gracia es celebrada y recordada en su vida, su manera de verse a usted mismo cambia por completo. Verse a través de la gracia de Dios, es ver a Dios mismo en usted. También es ver en nosotros lo que Dios mismo ve. Muchos no pueden concebir sus vidas en el propósito de Dios porque ven en sí mismos todos sus errores, todo lo que les falta aprender, todo lo que tienen que cambiar. Cada día se les vuelve más lejana la vida de propósito en ellos. Por causa de concebir de esa manera sus vidas, esta ceguera les hace más difícil superar esas limitaciones. Es un mecanismo que se retroalimenta encerrándolo en un circuito que potencia ese modo de verse o concebirse.

Déjeme decirle que verse a usted mismo a través de sus errores, debilidades, historia y pecados es la mayor mentira que han logrado hacerle creer. No importa cuán recientes o cuán lejanos sean esos errores, la gracia de Dios sobre usted es eterna.

Pero déjeme mostrarle otro camino: gracia. No es la gracia que sale al rescate cuando se equivoca. Es la gracia que le perfecciona. Es la gracia que le hace no pecar. Quizá se esté preguntando: “¿Y por qué no lo he visto funcionar hasta ahora?”. Sencillamente porque creemos en la gracia que cubre los pecados, pero nunca creímos en la gracia que nos hace no pecar.

Pero el apóstol Pablo podía ver algo cuando decía: “Absteneos de toda especie de mal. Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”.[5]

Es decir que, ni siquiera el ser santo puede ser algo que se alcance por esfuerzo o capacidad. Tu esfuerzo por ser santo no obtiene verdaderos resultados verdaderos. Lo que sí obtiene resultados es una determinación de creer en la gracia de Dios que tiene el poder de santificarte. Si ha peleado por años con una debilidad, con un error, con un pecado, déjeme mostrarle esta extraordinaria llave. Permita a Dios que le santifique por su gracia. Porque esta gracia tiene el poder de hacer que nunca más cometa ese pecado. Y nunca se jacte de haber superado algo, para que esa ceguera nunca se vuelva a provocar en usted.

Una cosa más me gustaría decirle: Dios no es un Dios de oportunidades, es un Dios de GRACIA. ¿Cuál es la diferencia? Las oportunidades las puede contar, su gracia no. ¿Aún cree que la diferencia es sutil? Yo le diré cuál es la diferencia: la capacidad de ver espiritualmente. Cuando alguien le dice: “Dios te da una nueva oportunidad”, debe recordar: la única oportunidad que el hombre tiene es Cristo, y esa oportunidad que se expresó en la tierra hace dos mil años, extendió toda la gracia necesaria para sacarlo de la muerte y dejarlo sentado en lugares celestiales con Cristo. El problema de creer a Dios como un Dios de oportunidades, es que cuando creemos que él nos está dando una oportunidad y erramos, cada vez se hace más difícil superar esa debilidad porque la frustración aumenta. Las oportunidades concentran su atención en las propias fuerzas. Cuando alguien le dice: “Dios te da una nueva oportunidad”, le está diciendo: “fallaste, pero vas a intentarlo de nuevo”. El foco de atención se pone en su propia capacidad de hacer las cosas. La gracia abre sus ojos espirituales porque le permite enfocar su vida en las fuerzas de Dios y en la extraordinaria posibilidad de que nuestro Padre de gracia nos santifique.

Dentro de las cosas que más provocan ceguera en este sentido está la confianza en las propias fuerzas. El impulso estará siempre, pero es importante que desde nuestra reflexión entendamos la gravedad de este asunto. También es importante cuidarnos de cómo hablamos y aconsejamos a otros. No siempre un consejo bueno es un buen consejo. O sea, no siempre un consejo que tiene buenos sonidos, y además de ello versículos bíblicos, es el consejo que expresa sabiduría de Dios.

Pero esa gracia que abre su visión para traer profundo perdón y que además le santifique, se seguirá expresando más y más. Deberá seguir hasta dejarlo depositado expresando la gloria y sabiduría de Dios en su vida.

CÓMO VE A OTROS

Lo más extraordinario de todo esto es que cuando esta gracia lo lleva a verse de manera diferente, también cambiará su manera de ver a otros. Podrá ver a las personas más allá de sus errores o su historia. Ver a los hombres por su realidad espiritual, es un asunto para quienes pueden ver por la gracia de Dios revelada.

Hay un versículo muy conocido y repetido en los púlpitos: “porque no tenemos lucha contra sangre y carne…”.[6] Sin embargo, no dejo de ver una y otra vez entre los santos enemistades y separaciones que nada tienen que ver con las cosas que nos hacen avanzar como hijos de Dios y las cosas que hacen retroceder al infierno en la tierra.

Pequeñas cosas tales como el recordar de dónde nos sacó el Señor, son suficientes para ayudarnos a perdonar a otros. Sin embargo, el perdón parece ser una tarea muy difícil para muchos (Colosenses 3:13). Pero voy entendiendo que esa lógica no funciona a nivel de la mente y ni siquiera en el corazón. Este es un asunto de visión.

Una de las cosas que más provoca ceguera en nosotros es el juzgar a otros. Me ha ayudado entender a la gracia como una persona que se aleja de nosotros cuando (entre otras cosas) juzgamos a otros.

Ese es el gran problema de una persona que se atreve a levantar el dedo y juzgar los errores de otros. Cuando una persona se atreve a juzgar a otra por un pecado, lo que hace es exponer su propia ceguera. Lo que está diciendo es que él no comete ese pecado y no lo hace por su propio mérito o capacidad. Él entiende que ha podido vencer el pecado con sus capacidades y de esa manera juzga a quien sí peca. Es por eso que no debe extrañarle que a una persona que juzga un pecado, la vea más adelante en su camino cometiendo ese mismo pecado. No es un problema de maldición, es un problema de ceguera.[7]

CÓMO VE LAS CIRCUNSTANCIAS

2 Corintios 12:10: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.”

Me ha asombrado en gran manera el notar cuántas veces mi manera de juzgar las circunstancias es muy similar a la manera en que lo hacen aquellos que caminan sin Dios. Cuando nuestras metas, nuestros anhelos y deseos no cambian al recibir la vida de Dios en nosotros, es porque hay una ceguera que debe ser quitada. Corremos el serio riesgo de concebir las circunstancias de la vida de manera equivocada y por lo tanto tomar decisiones erradas.

Voy a contarle un descubrimiento: la carne también aprende a leer la Biblia. Aprende a hablar. Aprende a oír. Pero hay algo que el hombre carnal nunca podrá hacer: ver espiritualmente. Y eso debe mostrarse a través de los frutos que damos. Porque muchas veces he visto cómo el desgano, la depresión y la falta de fuerzas, cobran sus víctimas al no producirse en nosotros esta apertura de ojos. Para llegar a 2 Corintios 12:10 debe atravesar por el versículo 9: “Y me ha dicho: Bástate en mi gracia…”. No es una postura de conformidad con lo que estoy atravesando, es una manera superlativa de ver espiritualmente. Es la vista que le permite gozarse en medio de las cosas más inexplicables.

Pero nuestro Dios y Padre amante sabe lo que quiere para sus hijos. Ser la expresión de su gracia es un asunto primario. Es por eso que en cuanto a las circunstancias se trata, he aprendido una cosa más que aleja esa gracia de nosotros. Cuando confiamos en nuestras propias fuerzas, provocamos esa ceguera en nuestras vidas. Es por eso que cuando las circunstancias se vuelven adversas, no debemos buscar rápidamente las soluciones que están a nuestro alcance. No hay nada de heroico en eso. Todo lo contrario, ofendemos la gracia para la cual hemos sido creados. Pero cuando ante toda circunstancia difícil y contraria buscamos el camino de la gloria de Dios y su gracia expresada, nos estamos entrenando para ser la expresión de aquello que hay en el corazón del Padre.

Tanto y más importante es entender que cuando las circunstancias nos son favorables, nunca, pero nunca debemos dejar de depender de esa gracia. Más de una vez me ha tocado ver esta fotografía. Una persona que todavía no tiene resuelta su economía, busca en Dios un milagro. Algo extraordinario se expresa de Dios y por esta gracia que se vuelve sobreabundante, nace un negocio o una empresa. Pero luego de eso, al pasar el tiempo, ya no es necesario un milagro, entonces se aprende a hacer negocios. La gracia que buscó expresarse desde un comienzo, se agota por la confianza en las propias fuerzas. Es por eso que nunca debemos dejar de confiar en esta gracia. Confiar en ella es confiar en Dios mismo. Y si eso es así, sin duda que esa gracia llegará a su máxima expresión: la vergüenza de la sabiduría de los hombres. Si alguna vez ha dicho: “Fue la gracia de Dios”, nunca deje de buscar que esa gracia se exprese una y otra vez. Porque mientras más la reconocemos, más se expresa. Mientras más la reconocemos, más se abrirá nuestra visión de gracia.

En una ocasión Jesús se encontró con un dignatario que le preguntó cómo heredar la vida eterna. Este tan conocido y aparentemente infortunado encuentro no terminó de las mejores maneras para él. El dignatario se alejó de Jesús triste por la respuesta de Jesús. Él podía mostrarle a Jesús cuánto había respetado la ley y cuánto había cuidado su conducta toda su vida. Sin embargo, la respuesta de Jesús podría tomarse como demasiado exigente: “vende todo lo que tienes y dalo a los pobres”. [8] Jesús no estaba poniendo un nuevo requisito para alcanzar la vida eterna. Me gusta como lo expresa Marcos: “Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz”.[9] Lo que Jesús está diciendo es claro: “es necesario que mi gracia y mi amor te capturen más allá de tus logros, tus éxitos y tus capacidades”.

 

GRACIA QUE TRANSFORMA

Jesús debió trabajar tres años en sus discípulos para preparar la plataforma de su mente y corazón para la gracia que vendría. La gracia que transforma es aquella que impacta en nuestra mente y corazón, de manera que sale a relucir lo que pertenece al espíritu. El corazón del hombre es un espacio que debe ser transformado por causa de aquello que, luego de haber sido salvos, persiste de la vieja vida en nosotros y debe ser redimido.[10]

El corazón no redimido y transformado por Dios es ese espacio en el hombre donde se une la voracidad del estómago (los deseos y necesidades personales, individuales y egocéntricas) con la racionalidad de la mente. El corazón del hombre no redimido es toda la capacidad de la mente (en forma de excusas, razones, cultura, religión, filosofía, etc.) al servicio de los deseos personales. Ese es el corazón bien definido por Jeremías.

Jeremías 17:9: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?”

Pero es la gracia que abre nuestros ojos la que quita de escena en nosotros ese corazón para traer el corazón que tiene la forma de nuestro Padre. Cuando eso no sucede, el riesgo de ceguera es alto, porque el corazón no redimido tiene la habilidad de crearle apariencias correctas a las intenciones incorrectas. Sabiendo esto, Jesús bombardea el corazón de los discípulos, y la siguiente es una de esas ocasiones.

Mateo 18:23: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.”

Pareciera que Pedro está preocupado por el perdón. Pareciera que su preocupación es si las siete veces del perdón serían suficientes. Pero Pedro no estaba pensando en las siete veces que debía perdonar, sino en la octava que ya no tendría que hacerlo. Jesús viendo esto, “bombardea” su corazón: setenta veces siete tienes que perdonar.

Es necesario que nuestro corazón sea afirmado desde el Espíritu, para que aquello que Dios trae a nuestras vidas encuentre las herramientas correctas en nosotros para ser expresado. La gracia de Dios es la encargada de efectuar esta transformación.

Hebreos 13:9: “No os dejéis llevar de doctrinas diversas y extrañas; porque buena cosa es afirmar el corazón con la gracia, no con viandas, que nunca aprovecharon a los que se han ocupado de ellas.”

Las leyes, reglas, doctrinas no sanas, doctrinas de hombres (no fundamentadas en la gracia), los preceptos humanos y mandamientos desenfocan su vida; mientras que la gracia afirma el corazón redimido por Dios. El pasaje de Hebreos le llama viandas, y la razón es que todas aquellas herramientas humanas mantienen nuestras vidas en inmadurez espiritual. Nuestra verdadera madurez se expresa en un corazón coherente con la vida del Espíritu y no en la “domesticación” de nuestro corazón humano y no redimido. El apóstol Pablo llama a eso los rudimentos del mundo (Colosenses 2:20), y nos habla de que ellos tienen reputación, pero no tienen valor en contra de los apetitos de la carne.

La buena noticia es que Dios nos ha dado en su gracia todo lo que necesitamos para un crecimiento sin frenos, transformando nuestro corazón. Esta verdad pone en evidencia que en realidad tenemos que esforzarnos para mantenernos en madurez, porque una vez que la gracia de Dios abre nuestros ojos, el crecimiento no tiene retroceso.

En ese escenario, Jesús narra una parábola cuyo contenido presenta llaves para entender los asuntos del Reino de Dios. La parábola habla de un rey que hace cuentas con sus siervos. Uno de ellos tiene una deuda tan grande que hacía imposible su pago, de tal manera que debe ser vendido él, su familia y todos sus bienes. Es el estado de todo hombre delante de Dios antes de Cristo, donde el pecado dejó nuestras vidas sin posibilidad de solución alguna.

Aunque el siervo pidió más tiempo para pagar, el rey sencillamente perdonó toda la deuda. Es la expresión de gracia del Padre sobre nosotros que trae mucho más allá de lo que podemos lograr y que revierte por completo nuestro estado delante de él.

El problema surgió cuando el siervo se encontró con quien le debía a él y no tuvo misericordia, sino que le envió a la cárcel hasta que le pagara todo. Si llevamos este cuadro a un asunto de legalidad humana, el hecho de que el rey perdonara la deuda del siervo no le quitaba la posibilidad de demandar el pago de las deudas que tenían con él. Sin embargo, la llave de revelación de esta parábola se encuentra en el panorama que presenta para nuestras vidas la gracia de Dios. Esa gracia pide de nosotros que no sólo disfrutemos de sus beneficios, sino que además de eso permitamos que transforme nuestro corazón. De esa manera la gracia de Dios se expresa viniendo a nuestras vidas, pero debe ser expresada por nosotros, teniendo su mismo corazón.

La reacción del rey con el siervo malo no tiene que ver con aquellos que no conocen ni creen en Dios, sino con aquellos que, habiendo conocido esa gracia, no permiten en ellos un cambio de corazón. Pero cada vez que Dios expresa su gracia en nosotros, es necesario permitirle que nuestro corazón sea afirmado. Al corazón no redimido le es difícil el perdón, se agrada del juicio y busca lo suyo. Pero cuando lo bombardeamos con gracia, tenemos otro corazón para ser expresado: aquel que tiene la forma del corazón de nuestro Padre.

 

LA GRACIA ES EL ÁMBITO DE GOBIERNO DE DIOS

La gracia de Dios es el ámbito donde Dios ejerce gobierno. Cuando permitimos que ella transforme nuestro corazón, nos aseguramos que el Padre gobierne allí. Lo mismo sucede con nuestra casa y en todo ámbito en el cual deseamos ver su gobierno expresado. Cuando negociamos esa gracia en todas sus formas y expresiones, se debe comenzar con las fuerzas y artilugios humanos que para nada lograrán los frutos correctos. La manipulación es un efecto inevitable en un ámbito donde se desean ver resultados, sin haber permitido que la gracia de Dios cree el ámbito correcto.

Romanos 6:14: “Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.”

La gracia de Dios es un asunto de señorío. La ley y sus derivados deben ser quitados de nuestra vida, y de esa manera vivir la gloria de Dios será inevitable:

1-    Quitar de nuestra vida y de nuestro entorno toda palabra o pensamiento de juicio.

2-    Perdonar, perdonar y perdonar. Perdonar hasta que la ofensa ya no ocupa el primer lugar, sino que la gracia lo ocupa todo.

3-    Nunca calcular el bien que se hace, teniendo siempre presente lo incalculable del bien que hemos recibido de Dios.

4-    Depositar toda nuestra confianza en Dios y su gracia. Nunca depositar nuestra confianza en fuerzas propias, capacidad de hacer, ni en cosas materiales.

5-    Siempre dar gloria a Dios y su gracia por lo alcanzado quitando de nosotros todo vestigio de jactancia.

6-    Recibir de Dios todo reconocimiento y honra. Aún cuando la gente pudiera honrarnos, si lo recibimos lo hacemos como de Dios y no como de los hombres.

 

LA GRACIA LE DEJA EN ACCIÓN

La expresión más gloriosa de la gracia de Dios no concluyó en la cruz. Jesucristo debió dejar a los discípulos para que los hechos comenzaran. Porque la gracia expresa su mayor gloria en nosotros cuando nos ponemos en acción. Esa es una verdad que deja expuesta toda deducción humana e inmadura de aquellos que dicen: “para qué hacer tanto si la salvación es por gracia”. Sólo cuando la gracia de Dios le deja en acción, puede estar seguro de que la ha conocido.

Efesios 2:8-10 “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.”

Cuando permite que la gracia de Dios cree su plataforma de vida, y entiende que no hay obra posible que pueda darle lo que él le ha dado, está listo para lo siguiente. Se trata de la recuperación total de aquello para lo cual ha sido creado: obras. No son las obras que lo hacen obtener algo de Dios, sino que al haberlo recibido TODO de él en su gracia, entonces su vida recupera las obras que Dios preparó para usted.

Es extraordinario entender que nuestro Dios y Padre ha preparado buenas obras para mí y que su gracia lo ha hecho todo para que hoy yo pueda actuar en aquellas magníficas obras.

 

[1] Diccionario de la Real Academia Española, vigésima segunda edición.

[2] Efesios 1:6.

[3] Efesios 2:8.

[4] Reina Valera Revisada (1960) Efesios 1:8.

[5] Reina Valera Revisada (1960) 1 Tesalonicenses 5:22-23.

[6] Reina Valera Revisada (1960) Efesios 6:12.

[7] Romanos 2:1

[8] Reina Valera Revisada 1960. Lucas 18:22.

[9] Reina Valera Revisada 1960. Marcos 10:21.

[10] Santiago 3:14, 1:26; 1 Pedro 1:22, 3:14; 2 Timoteo 2:22; Efesios 4:17-18.

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