2 Timoteo 1:8-9 dice: “Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, (9) quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos”.
¡Que extraordinaria y maravillosa es la Gracia de Dios! No deja de sorprenderme una y otra vez. Entregarnos a la Realidad de La Gracia de Dios es la única manera de vivir sabiamente, porque toda otra manera de vivir es vana y sin sentido.
La Gracia de Dios nos ha incluido, nos hizo aceptos y nos a incorporado al Propósito Eterno de Dios. Eso significa que Dios nos ha llamado y no lo hizo por nuestras obras. No fuimos llamados porque Dios vio algo en nosotros, como aquel caza talentos que observa a los niños jugar para intentar descubrir al próximo Messi. Claro que los hombres son como niños que juegan a vivir (desde el punto de vista de Dios) y algunos parecen hacerlo mejor que otros. Quizá en este juego de la vida usted se vea no jugando su mejor partido. Si es así, entonces tenemos algo en común. Si estuviéramos siendo escogidos por nuestras obras, capacidades y logros, quizá nos sabríamos absolutamente descartados. Pero una vez más… ¡Gloria a Dios por Su Gracia!
Él nos llamó sin tener en cuenta nuestras obras. Y ese llamado es una fuerza que nos busca e intenta atraparnos desde la eternidad. Pero debe observar un detalle importantísimo: Este llamamiento es santo.
Así como ese llamamiento no tuvo en cuenta nuestras obras, capacidades, logros, debilidades, errores, tampoco se mezclará con ninguna otra cosa. No es un llamado que se adapta a nuestra historia. No se adapta, ni se mezcla con nuestros gustos. No ha tenido en cuenta nuestra historia o “testimonio”. El llamamiento de Dios nunca estará en función de lo que nos hace sentir realizados, ni tampoco cambia de acuerdo a lo que hemos estudiado. No tiene nada que decir al respecto de nuestra genealogía, sino que este llamamiento es antes de todas las cosas.
Déjate atrapar por el llamamiento Santo. Eso requiere que te sueltes de muchas cosas que intentarán retenerte. Ese “soltar” debe darse en el alma, en su corazón, no necesariamente en acciones externas. Es tener un corazón genuinamente dispuesto a recibir de Dios su guía e instrucción. No intentar imponer al llamado de Dios nuestras condiciones. Entregarnos a Dios sin condiciones ni expectativas, porque el llamamiento de Dios fue, es y seguirá siendo santo.
Quiero aprender a dejarme soltar a dejarme llevar por lo que quiere Dios y no mi mente