LA TRANSFORMACIÓN EN EL NUEVO PACTO

2 Corintios 5:17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.

El evangelio nos conducirá indefectiblemente a un proceso de transformación. No es un proceso de cambio por mejora de aquello que estaba mal, sino que el evangelio opera en otra “tecnología”.

La transformación del Nuevo Pacto consiste en el despojo de todo aquello que es falso y mentiroso, para que lo verdadero sea mostrado y la luz se exprese en los llamados a la salvación. No es un progreso hacia algo nuevo, sino que es un regreso a lo original.

Somos nueva criatura en Cristo, y ahora es necesario dar a conocer esa naturaleza. Es una transformación que se experimenta en el alma, para que la vida espiritual se abra paso hasta darse a conocer día a día.

Creemos que aún nuestro cuerpo natural será transformado el día del Señor, pero nuestro tiempo en la tierra es absorbido por esta propuesta: la transformación de nuestras almas.

1 Corintios 15:50-51 dice: “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. (51) He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados…”

2 Corintios 3:18 dice: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”.

Filipenses 3:12-15 dice: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. (13) Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, (14) prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. (15) Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos; y si otra cosa sentís, esto también os lo revelará Dios”.

LA VIDA DEL CUERPO: NUESTRA REALIDAD

Efesios 4:22-25 dice: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, (23) y renovaos en el espíritu de vuestra mente, (24) y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (25) Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros”.

La religión suele presentar la necesidad de transformación, al observar lo que está mal o incorrecto. El evangelio nos presenta lo perfecto y verdadero, para que en los llamados a salvación sea manifestada esa perfección. Es por eso que el evangelio no trae el “bien” a lo que está “mal”, sino que, habiéndonos otorgado nueva y verdadera vida, tenemos la posibilidad de despojarnos de lo viejo hombre.

El evangelio no se enfoca en el bien contra el mal, sino más bien en lo verdadero contra lo falso.

La mentira de la que debemos despojarnos: la vieja naturaleza.

Pero he aquí el centro y la potencia de esta transformación: LA VIDA DEL CUERPO. Nuestra realidad en Cristo es que somos uno. La vieja vida era individualista, personalista y humanista. No sólo separada de la vida de Dios, sino que estaba separada de todo y en soledad.

La Nueva Vida en Cristo no la diseñamos nosotros, sino que fue diseñada en Dios. Es una porción de algo más grande y glorioso. No estamos completos en nuestro individualismo, sino que somos miembros de un Cuerpo.

Es necesario:

  • Oírlo del evangelio.
  • Entenderlo.
  • Verlo.
  • Permitir que gobierne nuestros pensamientos y voluntad, hasta que se vuelva parte de nuestra consciencia.

Si eso sucede, entonces la transformación propuesta por el evangelio será inevitable.

Juan 17:11 dice: “Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros”.

Juan 17:20-22 dice: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, (21) para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. (22) La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno”.

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