CONTENTAMIENTO Y REGOCIJO

1 Timoteo 6:6-10 Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; (7) porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. (8) Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. (9) Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; (10) porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.

En su carta del apóstol Pablo a los gálatas, podemos leer que el gozo es fruto del Espíritu. Se espera que, en la madurez, la naturaleza de Dios en nosotros se vea expresada en gozo. Es un gozo que no se alimenta por experiencias externas o circunstancias favorables en cuanto a lo humano, temporal o material. Ese gozo sólo es motivado y alimentado por la vida espiritual. ¿Qué sucede de camino a esa madurez? Nos provocamos a esa realidad espiritual, con entendimiento y acciones, vistiendo nuestros corazones con virtud.

El contentamiento es tan importante para nuestra madurez, que vemos este principio funcionando en todas las escrituras. Cuando el evangelio que una persona ha concebido es falso o incompleto, las personas levantan expectativas materiales que en ocasiones no son provistas. Eso termina dañando la fe y distorsionando el camino que Dios ha establecido para sus hijos. Es necesario cuidar nuestros corazones de esta falsa vestidura: doctrinas, principios humanos, argumentos bíblicos, que intentan justificar un camino humano que busca comodidades y riquezas con explicaciones de apariencia espiritual.

Pregunta: ¿Está bien anhelar la prosperidad material? Respuesta: Sí. El problema no está en anhelar la prosperidad, sino que el tropiezo comienza cuando esos anhelos se vuelven gobernantes. Es por eso que no puede faltar el contentamiento en el corazón de un hijo de Dios. Si falta el contentamiento y el regocijo, se abren puertas a la ansiedad y la amargura.

Dos verdades espirituales que deben afectar nuestra manera de pensar día a día:

  1. Los bienes espirituales y eternos son superlativamente mayores y más valiosos que todo bien o riqueza humana, natural y temporal. Los beneficios que recibimos de Cristo y el evangelio son principalmente espirituales y eternos: Vida eterna, reconciliación, justificación, adopción, acceso al Padre, aceptación en Cristo, etc. Es necesario que, por causa de la madurez espiritual, esas cosas sean una fuente constante de gozo y regocijo.
  2. Cuando entregamos nuestras vidas a los planes de Dios y hacemos de la madurez propia y de otros nuestra carrera, todo recurso terrenal necesario para continuar en ese camino, están asegurados por Dios. Él es quien provee comida y abrigo para continuar.
    • El evangelio no nos asegura lujos ni ostentación.
    • El evangelio no nos asegura tener bienes adelantados (antes de necesitarlos). Aunque a veces podemos encontrarnos en abundancia, de manera tal que sobran los recursos, lo que debemos saber qué es lo que asegura el evangelio: lo necesario para el ahora en Dios.
    • Ninguna ansiedad o tristeza provocada por la falta de recursos materiales es legal delante de Dios.

Hebreos 13:5-7 Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; (6) de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre. (7) Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe.

Muchos son los que intentan adaptar una forma de evangelio a las expectativas humanas y carnales. Sin embargo, Jesús nunca presentó un evangelio basado en comodidades o expectativas humanas. Nunca dijo: “conmigo no tendrán enemigos, nadie les dañará, todos hablarán bien de ustedes, todos les responderán con bien y todas las situaciones que vivirán serán justas y favorables”. Ese tipo de expectativas son alimentadas por la religión, pero Jesús presentó un evangelio que era poderoso en transformación y poder en el espíritu: “amen a sus enemigos, bendigan a los que les maldicen…”.

Lucas 12:15-21 dice: “Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. (16) También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. (17) Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? (18) Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; (19) y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. (20) Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? (21) Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios”.

Nunca permita que las circunstancias temporales o materiales se vuelvan una excusa válida para la tristeza o la amargura. El regocijo no puede ser el resultado de un esfuerzo mental, sino por causa de la apertura de ojos y el despertar a las realidades espirituales. Cuando nuestro entendimiento es iluminado por la obra del Espíritu, vemos las riquezas y beneficios que nos han sido otorgados en Cristo, y eso se vuelve una fuente de gozo y alegría. El gozo es una realidad de la vida espiritual, pero es necesario revestir nuestras almas con regocijo y contentamiento.

2 Corintios 12:10 dice: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”.

Proverbios 16:8 dice: “Mejor es lo poco con justicia que la muchedumbre de frutos sin derecho”.

Filipenses 4:4 dice: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”.

Filipenses 4:10-12 dice: “En gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin habéis revivido vuestro cuidado de mí; de lo cual también estabais solícitos, pero os faltaba la oportunidad. (11) No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. (12) Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad”.

1 Pedro 3:3-4 dice: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, (4) sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”.

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