Mateo 6:22-23: “La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz. Pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¡cuántas no serán las mismas tinieblas!”
El evangelio de Jesucristo nos llega como un anuncio claro: estamos en tinieblas y fuera de la vida de Dios. No hay luz en nosotros, a menos que esa luz venga de Dios. Esa luz es Cristo mismo, amaneciendo en nuestros corazones. Muchos han intentado llegar a Dios por sus propias luces, guiados por sus pensamientos y razonamientos. Algunos incluso se erigen como guías para otros, sin saber realmente hacia dónde van, solo disfrutando de ser seguidos.
La fe espiritual actúa en el corazón, buscando guiarnos hacia la luz que solo viene de Dios para aquellos que sinceramente desean recibir Su obra. ¿Qué deberíamos esperar de esa luz? Algunos buscan solo alivio interior a sus angustias o conflictos, mientras que otros esperan que Dios se adapte a sus propias expectativas y provea según sus deseos. Cuando la luz llega con su propia actividad, muchos la rechazan porque no entienden su propósito.
Consideremos las consecuencias del pecado en la vida de las personas. El fruto del pecado es oscuridad y muerte, forzando a todos a buscar en el mundo su alimento y sustento. Aunque el mundo produce dolores y angustias, también ofrece orgullo, vanidad y entretenimientos que alejan a las personas de una búsqueda sincera de Dios. Muchos se acercan a Dios solo para obtener alivio en ciertas áreas de sus vidas, sin comprender que la obra del evangelio tiene un solo camino en el corazón del hombre, un camino que no podemos trazar ni forzar.
La luz de Dios en un corazón revela todas las cosas y las pone en evidencia. El pecado es una naturaleza contraria a Dios, y el evangelio puede liberarnos del pecado (ver Romanos 6:15-22). Para que esa libertad sea verdadera, la luz de Dios debe amanecer y revelar nuestra naturaleza caída. Todo lo que es contrario a Cristo debe ser expuesto. No podemos salir de esta condición por nuestros propios medios, sino en completa rendición a Dios.
El día del Señor es buscado y anhelado por la fe. Es un día espiritual que se levanta en el corazón como el sol en el horizonte. Ese día trae esperanza para aquellos que aceptan la salvación por medio de Jesucristo, pero también trae guerra y dolores al corazón. Declara lo oculto del corazón. Algunos se alejan de ese día porque no esperan ni reconocen su actividad, prefiriendo justificarse en sus propias voluntades y buscar alivio temporal.
¿De qué serviría tal alivio si continuamos esclavos del pecado? ¿Cuál sería el fin de aquellos que declaran para sí mismos una salvación intelectual sin reflejar la voluntad de Dios en sus vidas? El verdadero evangelio no produce hombres seguros en su propio orgullo, sino aquellos que han experimentado su poder en verdad y vida.
La luz de Cristo amanece en el corazón para revelar lo que es verdadero para Dios. Muestra lo que es contrario y no puede ser aceptado por Él. No se conforma con solo proveer alivio mental, sino que su resplandor transforma lo que era tinieblas en luz.
Filipenses 2:14-15: “Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo.”
Si seguimos con paciencia el progreso de esa luz, veremos su poder transformador en todo nuestro ser interior, hasta llegar a ser parte de esa luz y resplandecer en el mundo.
Cuando Dios sacó a Israel de Egipto, dijo al Faraón: “Deja ir a mi hijo…” (Éxodo 4:22-23). Ellos atravesaron el Mar Rojo y Faraón fue sepultado. Esta experiencia de libertad describe cómo Dios nos quita del imperio de las tinieblas para atraernos a Él. Sin embargo, en el desierto, el pueblo murmuró y dudó del plan de Dios, creando su propio dios y adorándolo. Moisés, al bajar del monte, los encontró en idolatría, lo que llevó al juicio contra esa desobediencia.
Muchos aceptan una forma de salvación que los atrae a Dios hasta cierto punto, pero no están dispuestos a esperar la obra del evangelio en sus corazones. La libertad que nos da Dios enfrenta enemigos internos. El mundo es revelado en nuestro interior para que la libertad sea completa y la vivificación genuina. Si permitimos que Dios trate nuestra justicia, no habrá alianzas con las obras de la carne.
Isaías 26:7-9: “El camino del justo es rectitud; tú, que eres recto, pesas el camino del justo. También en el camino de tus juicios, oh Jehová, te hemos esperado; tu nombre y tu memoria son el deseo de nuestra alma. Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte; porque luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia.”
Jason Henderson, en su artículo sobre el esfuerzo y la diligencia, describe la obra del evangelio así:
“El hombre no puede agradar a Dios en la carne, ni expresar una vida justa con sus propios esfuerzos. El Cristianismo no consiste en doctrinas correctamente definidas, junto con actividades y oraciones correctamente dirigidas, sino que el verdadero Cristianismo existe donde Cristo habita y gobierna los corazones. El evangelio es el propio poder de Cristo en el interior. Es una palabra viva que aparece en forma de fe, pero extiende sus raíces en el ser interior, hasta gobernarlo todo con un amor que el hombre no conoce ni entiende. Sólo en el verdadero amor de Dios hay verdadera libertad. Es necesario que el hombre conozca y entienda su verdadera condición para que el evangelio tenga lugar en un corazón y tenga la posibilidad de producir el efecto que busca producir. Cualquier forma de evangelio que venga a responder y a suplir a las expectativas humanas, carecerá de verdadero poder. Lo primero que hace el evangelio en un corazón con fe no fingida es obrar activamente para exponer la naturaleza caída, la condición de muerte en la que se encuentra el hombre y de esa manera conducirlo a conocer y entender de qué manera Dios lo amó. El evangelio del cual hablamos es una palabra viva que, plantada como una semilla en el ser interior, no se quedará inerte ni se conformará con otorgarle excusas teológicas a las personas para poder permanecer en tinieblas, en la esclavitud del pecado y en la vanagloria de la vida. El evangelio vivo procurará siempre activar esa única forma de poder que despoja al alma del gobierno de esa pasada manera de vivir. El evangelio verdadero provee al hombre de un nuevo y verdadero nacimiento. Cuando vemos y comprendemos ese nacimiento, comenzamos a comprender por primera vez la grandeza y profundidad del amor de Dios. Una de las peores trampas en la que caen muchos cristianos, es procurar adaptar el mensaje del evangelio para que se vuelva funcional a los gustos personales, a las circunstancias de la vida terrenal, a los problemas temporales o a las expectativas del corazón. Si en verdad queremos conocer el evangelio vivo de Jesucristo, debemos renunciar por completo al impulso de modelar el evangelio según nuestra propia opinión y entregarnos por completo a la propuesta eterna de Dios. En una ocasión alguien preguntó a Jesús: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvarán?”. Jesús respondió: “Esfuércense por entrar por la puerta angosta, porque yo les digo que muchos tratarán de entrar y no lo lograrán”. El evangelio no viene al hombre para exigirle sacrificios en sus propias capacidades y fuerzas, sino más bien para revelar la puerta y el camino que le conducirán verdaderamente a la vida. El error que muchos cristianos cometen es tratar de entrar a una forma de salvación que ellos mismos modelan y definen. Si anhelamos la salvación que Dios ha provisto por medio de Su Hijo Jesucristo, sin duda encontraremos claramente cuál es la puerta que nos conduce a ese camino eficaz y eficiente que nos lleva a una vida verdadera”.