El corazón del hombre es un espacio lleno de tinieblas y sólo las intervenciones soberanas de Dios pueden revertir esa realidad. En algún lugar leí u oí decir: “Anhelé fervientemente la Verdad de Dios. Clamé hasta las lágrimas por ser librado de la mentira y la vanidad en la que los hombres están sumergidos. El deseo por la Verdad de Dios me consumió por completo y pedí a Dios con todas mis fuerzas conocerle a Él y que Su luz ilumine mi corazón, quitando los velos que hasta ahora me han mantenido en tinieblas”. Ese anhelo ardiente por la Verdad es un verdadero inicio de cosas extraordinarias. Creo firmemente que nadie alcanza las cosas más valiosas de Dios, si primero no experimenta una revelación de la importancia y el valor que esas cosas tienen.
Esas expresiones podrían ser las de usted mismo. ¿Quisiera usted experimentar ese anhelo ardiente? ¿Quisiera usted ser preso de tan alto deseo? Ese deseo no lo podemos producir nosotros mismos. Ese anhelo se produce en corazones que reciben el regalo de Dios para alcanzarlo. El sólo hecho de anhelar lo eterno y verdadero es ya una forma de libertad. ¡Cuánto más lo será el recibir la Luz de Dios y su verdad transformando nuestras almas! Al Señor no lo anhela quien quiere sino quien puede (a quien le es dado anhelarlo). Una cosa podemos hacer: anhelar ese anhelo. Desear AQUEL deseo.
Un acto de humildad extremo es coherente siempre con la gracia de Dios. Humillarnos verdaderamente es entender que no tenemos en nosotros mismos ni si quiera los deseos correctos. Por lo tanto, el Espíritu de Dios obra en nosotros con un haz de luz: anhelando un tipo de anhelo. Es como quien quiere querer diferente. “Señor, si al despertarme te anhelo fervientemente, sabré que ese anhelo proviene de ti”. Porque no podemos anhelarle con la potencia y la importancia que él debe ser anhelado.
Alcanzar la verdad no puede ser el resultado de un “querer” de baja potencia o de tercera prioridad. No podemos anhelarle un día a la semana. Si así pensamos, entonces hemos sido engañados. Si lo deseamos sólo un día, en realidad no lo estamos anhelando. Si deseamos su luz algunos momentos de nuestras vidas, en realidad no lo estamos deseando.
“Padre, anhelo anhelarte con AQUEL anhelo. Deseo anhelarte fervientemente al acostarme y anhelarte con todas mis fuerzas al levantarme. Deseo anhelarte cuando vaya a comer y al trabajar. Deseo anhelarte con aquel anhelo en medio de mis tareas y en medio de mis descanso. Que el anhelarte sea mi trabajo y sea mi reposo. Padre, que tu anhelo en mí sea mis pensamientos y absorba todas mis emociones. Que sea ese anhelo el que determine mi agenda, mi camino y todos mis proyectos”.
Amen. Me uno al sentir.