¿Alguna vez te has encontrado con un problema que requiere la intervención de un experto? Cuando tu coche se avería y desconoces de mecánica, ¿no buscas a un profesional que lo solucione? Imagina despertar de noche y descubrir que tu casa se está inundando por la rotura de un caño de agua. ¡Cómo desearías tener el conocimiento para resolverlo tú mismo! O si una grieta atraviesa la pared de tu hogar, desde el piso hasta el techo, sabrías que es necesario consultar a alguien capacitado para diagnosticar el problema correctamente.
El evangelio solo puede penetrar en el corazón que se rinde a escuchar el diagnóstico verdadero de Dios. ¿Cuál es nuestra condición real ante Sus ojos? Cuando Jesús proclamó el evangelio antes de ir a la cruz, reveló la situación de aquellos que escuchaban Sus palabras.
Juan 8:38-47 nos dice:
“Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre. Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios”.
Muchos cristianos leen estas palabras y rápidamente suponen que no describen su propia condición. Así mismo reaccionaron los religiosos que se presentaban a Jesús, aunque dedicaban sus vidas a estudiar las escrituras. El evangelio busca un corazón que se rinda completamente a escuchar la voz de Dios que revela nuestra verdadera condición.
Para conocer el diagnóstico de Dios sobre nuestra vida, debemos ir a la Cruz de Cristo. En esa cruz, vemos que nuestra salvación y rescate requirieron la muerte del Hijo de Dios. Ese sacrificio no vino a ofrecernos una ideología o una forma de vida alternativa, sino a mostrarnos que estábamos muertos y que solo Dios podía darnos nueva vida y un nuevo nacimiento. Al recibir, creer y confesar que ese sacrificio es verdadero y que Jesucristo es el único camino a la vida auténtica, una débil luz comienza a brillar dentro de nosotros. Esa pequeña luz, esa semilla que brota en nuestros corazones, no quiere quedarse así. Quiere convertirse en pleno día en nuestro interior, arraigándose profundamente en nuestra alma. Esa luz y ese brote quieren transformarse en un árbol plantado junto a corrientes de aguas.
Nuestra humillación y rendición a la voz de Dios nos permite reconocer ese brote y esa luz en nuestros corazones. No debemos intentar moldear el trato de Dios ni asumir que esa pequeña luz es todo lo que necesitamos. La luz débil puede ser escondida bajo la mesa y la semilla puede ser ahogada o robada por las aves.
¿Cómo podemos cuidar, preservar y rendir nuestros corazones a esa verdad que crece en nosotros? Una manera de reconocer el progreso de esa palabra es observar su efecto. La luz que crece dentro de nosotros seguirá revelando nuestra verdadera condición, debido a nuestra independencia de Dios. La luz tiene una doble tarea: por un lado, revela nuestro diagnóstico que solo Dios puede ver, trayendo juicio sobre todo pecado, esclavitud y muerte; por otro lado, muestra claramente el camino que el evangelio nos propone.
Debemos tomar dos acciones rápidamente:
1. Renunciar completamente a todos nuestros propios diagnósticos. Esto significa reconocer continuamente ante Dios que no sabemos lo que sucede con nosotros, qué está mal en nuestras vidas, cuál es nuestra condición y lo que necesitamos.
2. Si no conocemos nuestro diagnóstico, debemos renunciar a todo impulso de moldear el trato del evangelio con nuestros corazones.
Veamos algunos pasajes que hablan del verdadero amor de Dios revelado en el sacrificio de Su Hijo y la razón por la cual Él nos amó de esa manera, así como de la condición en la que el hombre está sin la vida provista por el sacrificio de Cristo.
Juan 3:16-21 dice:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios”.
Efesios 2:1-7 dice:
“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”.
Damos gracias a Dios porque, por Su amor y gracia, abrió el camino para liberarnos del reino de la ignorancia en el que estábamos sometidos, sin posibilidad de escapar por nuestros propios medios. Aquellos que están bajo el reino de las tinieblas están muertos y no lo saben, pero la palabra de la cruz busca revelarnos esa condición y tiene el poder de trasladarnos a la luz y vida de Aquel que nos llama.
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“Solo un corazón rendido a Dios puede recibir la plenitud de Su gracia. La rendición no es una derrota, sino el comienzo de una vida nueva.” – A.W. Tozer
“La luz de Cristo no solo revela nuestra condición, sino que también nos guía hacia una vida transformada y llena de propósito.” – Charles Spurgeon