SUMERGIDOS EN LAS PALABRAS DE DIOS

Juan 5:24-25: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán.”

Hace unos días oí una frase dicha por unos jóvenes físicos de la congregación, que me dejó pensando: “Dios se muestra de manera indubitable en la naturaleza y el universo, a través de las leyes que los rigen”. El universo entero está regido por leyes que son cumplidas de manera exacta. La precisión de las leyes que rigen al universo sólo puede ser el resultado de la gestión de un Dios legislador; y a Él nada se le escapa de su control.

Podemos decir que las leyes que rigen nuestro mundo y el universo entero, son resultado de las palabras de Dios. Y él nos ha creado con la capacidad de hablar. Nuestras palabras cargan mucho más que el sonido que producen. No voy a ahondar en este tema, el cual ha sido ya repetidamente expresado por cientos de escritores, videos y conferencias en el mundo; me refiero al poder de las palabras. Pero sí voy a aludir a un pasaje que lo ilustra todo.

Génesis 2:19-20: “Jehová Dios formó, pues, de la tierra toda bestia del campo, y toda ave de los cielos, y las trajo a Adán para que viese cómo las había de llamar; y todo lo que Adán llamó a los animales vivientes, ese es su nombre. Y puso Adán nombre a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo; mas para Adán no se halló ayuda idónea para él.”

Dios le otorgó al hombre el don del habla y con él, parte de su semejanza. Dios nos ha dado la capacidad de legislar con nuestras palabras. Una de las primeras acciones que el hombre aprendió fue el dar nombre a los animales. Desde el principio de la creación el hombre no ha dejado de hacer eso mismo: dar nombre a su entorno. De esa manera creamos una atmósfera a nuestro alrededor. Podríamos decir que, desde el momento que le damos nombre a personas, objetos y situaciones, comienzan a tener existencia en nuestra realidad.

Por un lado tenemos a nuestro alrededor un sin número de leyes que cumplimos sin discutir. Por ejemplo, usted no podría elegir algún día comenzar a flotar por el aire. Hay leyes físicas y naturales que rigen nuestro entorno y comportamiento. Por otra parte, tenemos otro conjunto de leyes que requieren de nuestra voluntad para ser cumplidas. Leyes de la nación que habitas, reglas sociales y culturales; ellas forman entornos a nuestro alrededor que afectan nuestra realidad.

Menospreciar el poder de las palabras no les resta importancia ni potestad. Al contrario, otorga nuevos accesos a las palabras incorrectas a nuestras vidas, a través de la ignorancia. Hoy nos interesa conocer cómo las palabras van creando, modificando y eliminando realidades en nosotros.

 

LA ACCIÓN DE LA FE

Hebreos 11:3: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.”

Permítame mostrarle lo que este pasaje no dice. No dice que “por la fe creemos en Dios”. El escritor establece la función más importante de la fe: entender. Cuando la fe abre una nueva manera de entender la vida, se activará para llevarlo a vivir cosas extraordinarias e impensadas.

¿Qué debemos entender a través de la fe? Que POR LA PALABRA Dios constituyó el universo. Si usted puede concebir su universo como la expresión de las palabras de Dios, entonces puede estar seguro que su fe es genuina.

El punto principal de lo que estamos diciendo es que toda persona sobre la tierra habita un universo creado por la palabra de Dios, pero no todos lo entienden. Lo que cambia tu vida, es la manera en la que entiendes tu universo. El escritor a los hebreos está diciendo que por la fe, donde hay montañas y llanuras, nosotros vemos palabras. En este capítulo hablaremos sobre la manera de volver al universo de las palabras de Dios.

 

CÓMO COMENZÓ TODO

Como ya lo hemos hecho antes, vamos a ver cómo comenzó todo esto. Cuando uso el ejemplo de Adán y Eva, intento descubrir dónde empezó en mi propia vida. Me pregunto: ¿Dónde comencé a edificar mi propio universo separado de Dios?

Génesis 3:17-20: “Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás. Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes.”

Nuestras realidades mentirosas comienzan por obedecer a las palabras incorrectas. Gracias al fruto del árbol incorrecto, el hombre comenzó a crear sus realidades, pero esta vez separado de Dios. La sentencia de Dios fue: “tus realidades separadas de mí siempre te serán contrarias”. El ser humano persiste en sus infructuosos intentos de mejorar su pasar en la vida, y lo único que consigue es espinos y cardos; sudor y muerte.

Si creyendo en Dios, no llego a entender mi universo de manera diferente, entonces nada cambia. Es por eso que el escritor de la carta a los hebreos dice: “Por la fe entendemos…”. Se trata de entender el universo de una manera diferente. Entender es la palabra justa, porque siempre estamos intentando entenderlo todo. Y, ¿cómo entiende Su universo? Un hijo de Dios no va en búsqueda de tocar lo que Dios le habla, sino que busca la voz de Dios en todo lo que toca. Esa es la acción de la fe.

La primera acción de la fe no es hacerle tocar algo que desea, sino en hacerle entender primeramente todo lo que toca como un universo nuevo.

Si su universo no está formado por las palabras de Dios, entonces se llenará de palabras incorrectas. La sentencia de Dios sobre Adán no fue por el fruto del árbol, sino por haber obedecido la voz incorrecta.

Sumergirnos en la realidad de Dios, es sumergirnos en su universo, donde todo lo que nos rodea, sea material o inmaterial, está formado por su palabra. Eso no quiere decir que las personas dejarán de hablar, o que las situaciones dejarán de ser contrarias. Sumergirme en la realidad de Dios es una posición frente a todo lo que me rodea. Si no viene de Dios, deja de tener existencia o valor para mi vida, porque no pertenece a mi universo.

 

ALIMENTO PARA NUESTRO SER INTERIOR

Es imposible evitar hablar de nuestra alimentación cuando de la palabra de Dios se trata. Eso se debe a que nuestra realidad se va formando por aquellos alimentos de los cuales se nutre nuestro ser interior. Tenemos una mesa de la cual nos alimentamos diariamente. El problema es que no hemos aprendido a seleccionar nuestro alimento, y desechar aquello que no nos ayuda a crecer sanos en nuestro propósito eterno.

Las palabras tienen un poder asignado por Dios, cualquiera sean sus formas. Pero quisiera mostrarle algo más allá de los sonidos que escuchamos. Usted puede oír una frase ofensiva, por ejemplo en un programa televisivo, pero no por esa razón se sentirá agredido. Es decir, no son las palabras las que nos afectan interiormente, sino nuestra interpretación o reacción frente a ellas. Pero si esa misma frase la oye de una persona cercana dirigiéndose a usted, es muy posible que despierte emociones de todo tipo. Ese es el resultado de haber comido un alimento que alguien deposita en nuestro ser interior. No necesitas comer todo lo que dejan en tu mesa.

Estamos hablando de la posibilidad de no aceptar todo aquello que ponen en nuestra mesa. Tenemos la tendencia de alimentarnos con todo aquello que nos ofrecen. Fuimos creados para alimentarnos de la voz de Dios.[1] Jesús nos muestra que la vida del hijo de Dios debe resaltar en el mundo que habitamos, por conductas extraordinarias e inesperadas.

  • Ante una bofetada, damos la otra mejilla. Mateo 5:39.
  • Si nos piden la capa, damos la camisa también. V. 40.
  • Si nos piden llevar una carga un kilómetro, vamos dos. V. 41.
  • A quién nos pide, le damos. V. 42.
  • Amamos a nuestros enemigos y oramos por quienes nos persiguen. V 44.
  • Perdonamos las ofensas aún cuando no nos piden hacerlo. Mateo 6:14.
  • Nos gozamos en medio de padecimientos. 1 Pedro 4:13
  • Tenemos un especial dominio propio. 2 Timoteo 1:7
  • Somos productores de un amor que no depende de ninguna circunstancia. Gálatas 5:22.

Estas y muchas otras características no pueden ser el resultado de nuestros méritos humanos, obedeciendo una lista de requerimientos religiosos. Sólo es posible expresar nuestra naturaleza divina cuando aprendemos a habitar en los ámbitos de Dios cada día de nuestras vidas.

Es posible alimentarse continuamente de la voz de Dios. Porque, aun cuando pudiéramos oír palabras contrarias a lo que Dios nos habla, esa circunstancia nos permite, por una parte, desecharlas como alimento y, por otra, preguntarnos qué está diciéndonos Dios sobre el asunto.

La voz de Dios cambia todo en nuestro interior y nos provoca a una acción externa. Esa voz siempre está queriendo manifestarse en personas llamadas a la salvación. Cuando dejemos que la voz de Dios sea todo nuestro universo, comenzaremos a entender este extraordinario salmo:

Salmos 23:5: “Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.”

Tenemos un Dios que no quita nuestros angustiadores de nuestra presencia. Él nos sirve un gran banquete delante de ellos. Es importante que aprendamos a disfrutar los banquetes de Dios, más que padecer o sufrir la presencia de situaciones que nos producen angustia. Muchas veces Dios nos habla cuando atravesamos momentos difíciles. El secreto está en sentarse a la mesa y disfrutar; porque si Dios está hablando, estamos en nuestro mejor tiempo.

 

LA VOZ DE DIOS TE RODEA TODOS LOS DÍAS

Comencé de joven mis primeros pasos en el Señor y su llamado a mi vida. Las primeras preocupaciones que me embarcaron en búsquedas apasionadas fueron el poder oír la voz de Dios y entender sus palabras hacia mí claramente. He regresado muchas veces de esas búsquedas con serias frustraciones. No sabía si el problema era que Dios no me hablaba, o si era yo el que no sabía oírle o entenderle. Eso fue hasta que comprendí que el asunto de la comunicación no debe ser una preocupación del hijo, sino del padre. Debemos aprender a relajarnos con nuestro Padre. Él es quien está más interesado en que podamos comprender sus palabras. Él es quién se preocupa por entender lo que necesitamos.

Oír la voz de Dios es de suma importancia para nuestras vidas, ya que ella es la que nos traslada de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida. Pero más importante es no ponerle freno a sus palabras en nosotros. Las palabras de Dios son mucho más que sonidos. Ellas producen en nosotros mucho más de lo que pudiéramos pensar o esperar. No se trata tan sólo de entender una nueva idea, o convencernos de algo nuevo. Las palabras de Dios cargan su potencia y su vida.

Juan 6:63: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.”

El contexto de este pasaje es poco motivador: los discípulos se quejaban de la dureza de las palabras de Jesús. Por esa razón Jesús tiene que recordarles que sus palabras son más que sonidos; son espíritu y vida. En nuestras simplezas, muchas veces buscamos palabras que nos inspiren y motiven. Dejamos pasar palabras de Dios porque muchas veces no tienen la forma que esperamos. Sus palabras siempre nos edificarán y nos dejarán en una mejor posición, pero no será por elocuencia o genialidad, sino por la vida que cargan.

Las palabras de Dios le rodean y sostienen todos los días. No necesita oír todas Sus palabras pero, a medida que lo entienda, podrá aprender a disfrutarlas de manera diferente.

La voz de Dios está presente en todo tiempo y trabaja a su favor.

 

LA VOZ DE DIOS Y SUS DISEÑOS

Puede estar seguro que Dios le habla todos los días. Muchas veces me encuentro con personas sumergidas en dolor por las circunstancias que les toca vivir. Puede volverse muy difícil encontrar una salida de la adversidad cuando no aprendemos a oír la voz de Dios. Lo que frecuentemente sucede es que esperamos oír las palabras de Dios, y que éstas se identifiquen plenamente con la situación que atravesamos. No siempre es así. Las palabras de Dios están siempre plenamente identificadas con aquello que Él desea hacer con nuestras vidas. Sus palabras nos llevan a nuestro mejor futuro.

Todo intento desde lo humano por mejorar su calidad de vida le llevará a un estado de egoísmo y soledad. Concentrarnos en nosotros mismos, pudiera ser una trampa escondida. El individualismo es un mal que la sociedad no puede aún solucionar. La religión está lejos de ser la respuesta; todo lo contrario, pareciera tener un efecto potenciador frente a este problema. Si queremos experimentar crecimiento en la vida que Dios ha pensado para nosotros, debemos aprender a quebrar el individualismo. Las palabras de Dios siempre te conectan con sus diseños.

Sumergirse en la realidad de Dios, no se trata de apartarse o aislarse de las personas o situaciones de la vida. Por el contrario, sus palabras me introducen en la única realidad capaz de unirnos verdaderamente a personas y al propósito eterno de Dios. Si lo piensa bien, son nuestras propias construcciones internas (pensamientos, experiencias, cultura, etc.) las que nos separan y dividen. Pero el Señor nos necesita unidos para un plan extraordinario: las intenciones de Dios con su Iglesia.

Es de esperar que cuando somos niños en la fe, Dios responda a algunas de nuestras peticiones elementales. Pero debemos saber que a medida que vamos creciendo en la fe, Dios espera que seamos nosotros quienes nos volvamos una respuesta del cielo en la tierra. Y eso nos lleva al siguiente punto: cuando las palabras de Dios se vuelven nuestra realidad, nos convertimos cada día más en su palabra expresada en la tierra.

 

CAMBIANDO DE GEOGRAFÍA POR LA PALABRA DE DIOS

Jeremías 15:19: “Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos.”

“Delante de mí estarás”. Dios está hablando de un cambio geográfico de nuestro ser interior. Una vez más, un cambio de realidad presente y eterna.

Jeremías se encuentra desanimado, por todo el proceso de su ministerio. Va a su Dios una vez más y presenta sus argumentos. Él presenta su amor a Dios y su dedicación a su llamado. Sin embargo se siente vulnerable y herido. No son las heridas de quien ha fallado, sino todo lo contrario. Jeremías está herido por hacer lo correcto. Esos sentimientos pueden ser totalmente abrasadores y difíciles de superar. Es decir; cuando estamos atravesando dificultades que provienen de errores que hemos cometidos, es más sencillo el proceso de superación. Pero cuando estamos sumergidos en una realidad que no condice con nuestra conducta, entonces el panorama es diferente.

Dios no exhorta a Jeremías, pero tampoco lo anima. Él establece su palabra.

Recordemos que Dios no acepta las invitaciones a nuestras realidades. Él nos llama a sus ámbitos. Con Jeremías lo hizo así: “Si te convirtieres…”. ¿Por qué debía convertirse Jeremías? Él estaba haciendo lo que se suponía debía hacer. Estaba obedeciendo a su llamado como se esperaba. Recordemos que a Jeremías le había sido asignada la tarea de profetizar a Judá en uno de los peores momentos de su historia. Judá estaba en decadencia y estaba cercana a ser invadida por Babilonia. Sus palabras eran de advertencia, juicio y condenación, pero no eran oídas. Por el contrario, su vida corría riesgo permanentemente. Pero Dios le está diciendo que se convierta.

Me ha llamado mucho la atención el estudiar este pasaje en su idioma original. Cuando Dios le dice a Jeremías “si te convirtieres…”, la palabra convertir se utiliza para traducir dos palabras: Shub y Pané. Juntas estas palabras dan la idea de un cambio de posición y del aspecto del rostro. En nuestros días podríamos traducirlo: “Si cambias tu cara…”. Creo que tiene mucha relación con aquello que Dios le está pidiendo a Jeremías. Muchas veces nuestro rostro refleja el lugar geográfico que habitamos con nuestro ser interior. Dios no puede restaurarnos si persistimos en permanecer en la posición incorrecta. Jeremías apenas había terminado de decirle a Dios que él había comido de sus Palabras y que ellas le habían sido por gozo y por alegría a su corazón (Jeremías 15: 16). Pero ahora él estaba en angustia por causa de las acciones de la nación que le rodeaba. Dios le está diciendo “sal de allí”. Sumergidos en la realidad de la palabra de Dios experimentamos su restauración. Es un traslado total de nuestro ser (espíritu, alma, cuerpo, emociones, pensamientos, etc.) al lugar del cual nunca debimos salir: “…delante de mí estarás”.

Dios puede restaurar absolutamente todo en nuestras vidas si estamos dispuestos a sumergirnos en Su realidad. Esta pudiera ser una de las palabras en las que puede sumergirse en este preciso momento: “Yo puedo restaurar todo en tu vida”. Cuando permitimos a Dios intervenir en nuestra posición, él no mejora nuestro estado actual, sino que nos lleva a un lugar extraordinario: “delante de mí estarás”.

 

SER LA PALABRA DE DIOS

Hemos dicho que la palabra de Dios es mucho más que sonidos y códigos (como muchas veces concebimos las palabras humanas). Sus palabras tienen un poder transformador. Cuando Dios nos habla, esa palabra carga todo el poder necesario para que su cumplimiento sea efectivo y lleve frutos abundantes. En nosotros actúa transformándonos cada día, de tal manera que Sus palabras dejan de ser nuestro entorno y comienzan a ser parte de nosotros mismos. Ser la palabra de Dios, significa manifestar a Cristo en la tierra. El Dios en el que yo creo, no espera menos de mí. Soy consciente de que hablamos de algo superlativo e inalcanzable por méritos humanos. Pero esa sentencia realza el valor y el poder de la Gracia de Dios.

Jeremías 15:19: “Por tanto, así dijo Jehová: Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca.”

Nuestra conversión como hijos de Dios no tiene que ver tan sólo con un asunto de salvación, sino con la transformación plena y completa de nuestro ser interior. Por el contrario, muchas veces sucede que permitimos que las circunstancias nos sumerjan en realidades incorrectas. Esos sentimientos y pensamientos pueden aún tener sustento en hechos ajenos a nuestras determinaciones. He pensado alguna vez: “¿Porqué estoy viviendo esto si estoy haciendo todo bien? No he cometido ningún error suficientemente grave que justifique esta situación”. De alguna manera exigimos a Dios sus respuestas frente a esas realidades. Sin embargo Él (una vez más) se niega a intervenir, si antes no permitimos que él nos sumerja en Su realidad. “Si te conviertes, yo te restauraré”. Eso significa poner bajo el juicio de Dios nuestros pensamientos y deducciones, permitiéndole a él que se expida sobre nuestra vida.

La transformación que Dios produce en nuestras vidas es un cambio de geografía interior total y absoluto. Tan radical es ese cambio, que te llevará de las heridas a la restauración, de la angustia al trono de Dios, de la desesperanza a ser como la boca de Dios en la tierra. Jeremías creía no tener más fuerzas, cuando Dios le ofrece un nuevo trabajo: “comienza a entresacar lo precioso de lo vil”. Eso significa que nuestra tarea (sumergidos en la realidad de Dios) es descubrir lo precioso de todo lo que nos rodea, entresacarlo y hacerlo relucir. Es decir, que pudiéramos estar rodeado de situaciones, personas incorrectas, enfermedades y escasez, y aún así ser como la boca de Dios. Ser la expresión de las palabras de Dios es el resultado final de una vida sumergida en Su realidad.

 

UN DIOS QUE HABLA Y ME HACE HABLAR

Es un hecho que nos parecemos a aquello que adoramos. El ser humano adora por instinto. Eso va mucho más allá de la posición religiosa o filosófica. Permítame mostrarlo de esta manera: Adoramos todo aquello frente a lo cual nos postramos (ese es el sentido verdadero de la adoración). Cuando nos rendimos frente a algo o alguien, entonces estamos adorando.

El siguiente salmo lo expresa de manera clara:

Sal 115:1-8 – “No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, Sino a tu nombre da gloria, Por tu misericordia, por tu verdad. ¿Por qué han de decir las gentes: ¿Dónde está ahora su Dios? Nuestro Dios está en los cielos; Todo lo que quiso ha hecho. Los ídolos de ellos son plata y oro, Obra de manos de hombres. Tienen boca, mas no hablan; Tienen ojos, mas no ven;  Orejas tienen, mas no oyen; Tienen narices, mas no huelen; Manos tienen, mas no palpan; Tienen pies, mas no andan; No hablan con su garganta. Semejantes a ellos son los que los hacen, Y cualquiera que confía en ellos.”

Tenemos un Dios que habla y eso marca la diferencia. La idolatría tiene muchas formas, y debemos aprender a identificarlas. Nuestra adoración tiene el poder de sumergirnos en diferentes realidades. Usted puede comenzar su día de una manera excepcional y estar decidido a disfrutarlo, pero no puede evitar que personas inoportunas se crucen en su camino. Cuando las palabras de personas tienen el poder de someter sus emociones, cambiar su rostro o arruinar un día de vida, a eso le llamamos postrarse. Si usted hace un análisis de las situaciones que cambian su estado de ánimo, y lo compara con los efectos que tienen las palabras de Dios en su vida, quizá pueda descubrir sus propias idolatrías. Lo importante de tratar este asunto en nuestro interior, es que muchas veces las palabras de Dios son contrarias a las palabras de hombres o de las circunstancias. Es de esperarse que aprendamos a postrarnos delante del Dios Verdadero y sus palabras.

Cuando aprendemos a rendirnos a las palabras de Dios, nuestras palabras son transformadas, nuestros ojos comienzan a ver diferente y aprendemos a oír las cosas correctas. A eso llamamos sumergirse en la realidad de Dios.

[1] Mateo 4:4 Reina Valera Revisada 1960.

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